Tanto o más que Garzón, yo quiero una ganadería de calidad. Y, para eso, no se me ocurre peor estrategia que hacer declaraciones despectivas en un medio internacional de unos productores que cumplen con la legislación.
Las declaraciones de Alberto Garzón me tocan de cerca: yo de niño jugaba con las piezas de Lego a montar una macrogranja. Los pequeños bloques rectangulares eran vacas y, los cuadrados, terneros. Y es que mi padre tenía una microgranja y ya intuíamos que no era un negocio viable. Era economía circular (el estiércol fertilizaba los campos de cereales que alimentaban al ganado), pero, en los ochenta, los números no cuadraban. Tras entrar en la Comunidad Económica Europea, era difícil competir con los avanzados productores del norte del continente.
Es el mercado, amigo. Y, lo entiendo. Pero toda transición económica debería ofrecer compensaciones a los perdedores, como las que se dieron a otros sectores. Claro que la reconversión agraria no era políticamente tan atractiva como la reconversión industrial. Y el quejido de tractores solitarios en la meseta no despertaba la atención mediática de los contenedores ardiendo en las cuencas y astilleros. Sin asociaciones fuertes, los hijos e hijas de pequeños agricultores quedaron huérfanos de apoyos públicos, más allá de unas ayudas de la PAC que beneficiaban mayormente a los grandes propietarios.
Las costumbres del campo se transformaron en la ley de la selva y pocos amigos de la infancia supieron adaptarse. Lo hicieron construyendo macrogranjas, endeudándose y trabajando los 365 días del año, de las seis de la mañana a las diez de la noche. Conozco a algunos que no se han tomado un día de descanso en toda su vida, ni por enfermedad o fallecimiento de un familiar. Yo fui incapaz de cumplir el sueño de tener un rancho grande y, junto con miles de jóvenes de muchos pueblos de España, tuve que abandonar la actividad económica de mis padres, abuelos y decenas de generaciones anteriores.
A nivel individual, a algunos emigrantes les ha ido bien y otros hemos acabado de columnistas. Pero, a nivel colectivo, el vaciamiento de la España rural ha sido una tragedia social, territorial y medioambiental.
Tanto o más que Garzón, yo quiero una ganadería de calidad. Y, para eso, no se me ocurre peor estrategia que hacer declaraciones despectivas en un medio internacional de unos productores que cumplen con la legislación, y con los que tendrás que sentarte a negociar el cambio de modelo. Además, sin hablar antes con el ministro de Agricultura, quien ha hecho mucho más por fomentar la ganadería sostenible, diseñando ayudas concretas. Jugar al Lego era más serio.
Artículo disponible el El País.