El comportamiento de las administraciones públicas en los países azotados por la pandemia en su fase descendente, según avanzan los especialistas, no ha sido plenamente satisfactorio para los ciudadanos. El heroísmo de algunos servidores públicos, especialmente sanitarios, de seguridad y protección civil, no puede hacernos olvidar que, en algunos países, con la complacencia de las autoridades políticas, se ha aprovechado la situación para prestar servicios públicos aún más deficientes e intermitentes. Algunas propuestas corporativas pretenden aprovechar la oportunidad para reducir las jornadas laborales presenciales en los departamentos de las administraciones públicas.
¿Las administraciones públicas han hecho todo lo posible por prestar los servicios públicos en los últimos meses? Transcurridos más de dos años de pandemia, ¿no se están alargando demasiado los períodos de permanencia en casa de los funcionarios, aunque sea sólo algún día de la semana?
En casa no se trabaja igual y sobre todo no se sirve igual a los ciudadanos, a pesar de la buena voluntad de los organismos públicos y probablemente de muchos servidores públicos. No están extendidos los sistemas de evaluación del desempeño o de resultados, por lo que sólo en casos extremadamente raros es posible controlar eficazmente el trabajo realizado. Enhorabuena a los organismos que lo han conseguido y a los servidores que sacan el trabajo adelante desde sus domicilios.
Se han utilizado las tecnologías de forma más asidua, pero sin duda, algunos funcionarios han utilizado la ocasión para incrementar sus privilegios, superiores, en este aspecto, a los del resto de los trabajadores del sector servicios. En algún organismo internacional los períodos han sido incluso escandalosos.
La sustitución de las actividades presenciales por las virtuales debe ser saludadas como intento de paliar la imposibilidad de la asistencia física, pero no sustitutivas. Por esta razón, si en la vida ciudadana la presencia en las oficinas es la habitual, no parece que los organismos públicos tengan que ser la excepción.
Incluso los conferencistas, profesores y especialistas de todo tipo señalan el hastío de pronunciar palabras ante el espejo que nuestra pantalla nos devuelve: un rostro (el nuestro) entre aburrido y escrutador de los oyentes a los que no podemos ver, inyectando transparencias febrilmente en un vano intento de lograr que quienes nos siguen no pierdan el hilo argumental de nuestro discurso. Con frecuencia, el tono del conferenciante baja, al compás de los minutos de la intervención por ausencia de retroalimentación.
Los hoteles están abiertos, los restaurantes también, ¿por qué no las oficinas públicas? Por ello, la extensión y recluta de una administración pública profesional puede constituir un importante adelanto en la gestión de los asuntos públicos. Más allá de las pomposas declaraciones, políticamente trufadas y con frecuencia iguales en un espectro político y en otro, aquello que parece interesar cada vez más a los ciudadanos tiene que ver con hacer las cosas, ser eficaz y eficiente y como señala el profesor Aguilar, que las políticas públicas sean efectivas y no se queden sólo en hueras promesas.
Por ello, cada vez más tiene sentido la búsqueda de profesionales que aúnen a su preparación y experiencia, la capacidad de resolver las situaciones complejas y difíciles, así como la vocación de servicio público, porque no ha de olvidarse que “sobre los hombros del burócrata recae, en gran parte, la responsabilidad de reconciliar las diferencias entre los grupos y hacer que los compromisos económicos y sociales a los que llega el proceso legislativo se hagan efectivos”. (Pendelton Herring).
Los dirigentes políticos rara vez tienen ocasión de escuchar directamente a los ciudadanos por la distancia que impone la seguridad, convertida en una obligación desde el ominoso asesinato de Olof Palme en 1986, pero que impone de forma especial esta exigencia a los directivos públicos que sí deben estar enterados de la realidad, que no es sólo la que editan las redes sociales, cada vez más mediatizadas por detractores y seguidores y usualmente por chatbots financiados por interesados, sean países u organizaciones de todo tipo.
Ninguna acción humana es tan irracional como el uso de la violencia, como nos demuestra la guerra de Ucrania, donde los rusos intentan imponerse con los tanques, emulando quizás a la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia de agosto-septiembre de 1968, y más recientemente la bofetada de Will Smith a Chris Rock por un chiste de mal gusto, alusivo a la alopecia de su esposa.
Se avecina otra prueba de esfuerzo de las políticas públicas migratorias: según avanzan los especialistas de la Unión Europea, el número de desplazados por la guerra puede alcanzar los 10 millones de personas, es decir, un cuarto de la población de Ucrania. Las matanzas de Bucha, objeto de controversia entre ambos contendientes, generan en todos los ciudadanos infinita repulsión y rechazo. Recuerdan otros conflictos bélicos, nunca exentos de barbaridades similares como escribió Canetti: Cada guerra contiene todas las anteriores.