La decisión del gobierno francés de suprimir o transformar la Escuela Nacional de Administración Pública en el Instituto de Servicios Públicos está llamada a generar, como su creación, serias consecuencias para la formación y capacitación de los servidores o funcionarios.
Analizando las razones aducidas por el presidente de Francia, se ponen de manifiesto el elitismo, la falta de correspondencia con la realidad actual y una vía de extensión del corporativismo. Similares problemas y razones de cambio pueden esgrimirse para otras administraciones públicas.
El servicio prestado por la ENA al Estado francés y a la burocracia mundial es ingente: ha logrado forjar a miles de altos cargos de la República Francesa y numerosos presidentes y primeros ministros, entre otros el actual presidente de la República, además de otros seis de sus antecesores.
Es extensa la herencia internacional de la ENA, que conservará su nombre en el ámbito internacional y que ha formado a miles de funcionarios del mundo, entre ellos de los países iberoamericanos. Además, es posible destacar que su herencia se traslada al diseño organizativo y fundacional de numerosas instituciones de nuestros países iberoamericanos entre ellas, España. Portugal, Argentina, Brasil, México, Guatemala, República Dominicana.
¿Qué razones llevan al presidente a anunciar su supresión o finalmente su transformación de esta famosa institución en el Instituto de Servicios Públicos?
Además de las críticas señaladas, es probable que esa remodelación o absorción de otras instituciones lleve a una transformación del sistema de acceso que tiene ya casi ochenta años y que ha sido objeto de diversos intentos de cambio, especialmente en los últimos veinte años.
Las más radicales transformaciones en las administraciones públicas desarrolladas respetan los mayores logros de las anteriores, en este caso la existencia de un procedimiento selectivo exigente y un control estricto de los resultados de los alumnos.
Los nombres son importantes, pero el tradicional poder de la burocracia francesa continuará. El gobierno ha sido la fuente de las innovaciones más radicales y rompedoras, señala Mariana Mazzucato (2014) .Este es un movimiento que traspasa las fronteras francesas.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) escribió “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Esto es lo que piensan los más escépticos mirando el alto rascacielos de la burocracia francesa. Son necesarios estos cambios para que todo siga igual, pero sobre todo para adecuarse a los nuevos tiempos : los sistemas de selección no pueden estar basados solo o esencialmente en los conocimientos, que pueden ser alcanzados con mucha mayor facilidad mediante sistemas electrónicos , digitales o gestionarse adecuadamente.
Hace años que los responsables franceses, en un país que junto con Prusia tiene a gala la invención de la burocracia, intentan mejorar el funcionamiento de las instituciones públicas, innovando y cambiando lo que pueden: no es fácil modificar la estructura de las decisiones, ancladas en procedimientos respetuosos de leyes y reglamentos y rigurosamente gestionadas por cuerpos de funcionarios formados por individuos de alta preparación.
Los procedimientos burocráticos franceses tienen un sólido encaje constitucional, basado en el Conseil d’Etat que vela con un potente microscopio para que el respeto a las leyes en el funcionamiento de la administración sea una realidad, pero que con frecuencia dilata las soluciones, demandadas para ser adoptadas con celeridad por la opinión pública.
El presidente francés Macron, él mismo alumno de la ENA ,realiza la promesa de eliminarla y transformarla en un Instituto de Servicios Públicos, más abierto a la sociedad, que englobará a otras instituciones similares de selección y formación de funcionarios. En Francia, y en numerosos países europeos, las dificultades de acceso a la alta función pública, con oposiciones constituidas por exámenes de gran dificultad , que precisan de muchos meses de preparación específica y con un alto componente de memorización son evidentes. No todos los alumnos, especialmente si no proceden de clases sociales acomodadas, tienen los medios económicos para lograrlo, con independencia de su capacidad.
“Debemos cambiar radicalmente la manera de reclutar, de formar, de seleccionar, de construir la trayectoria de nuestros altos funcionarios”, ha señalado el presidente Macron. La ENA ya fue trasladada a Estrasburgo hace años para combatir de alguna manera su fama de cuna de la clase dirigente parisina. Incluso a sus egresados se les denomina enarcas, como seña de identidad de haber pasado por un tamiz selectivo de alta dificultad, así como vivero de carreras políticas o administrativas de altura.
Todos los graduados se incorporarán en un cuerpo único, los administradores del Estado, y antes de integrarse en uno de los grandes cuerpos, deberán pasar años de trabajo sobre el terreno. También incorporará reformas que se habían puesto en marcha en la antigua ENA, como la creación de una oposición específica para candidatos procedentes de barrios desfavorecidos.
El sociólogo Pierre Bourdieu desde los años ochenta llamó la atención sobre las dificultades de incorporación de alumnos procedentes de otras clases sociales diferentes a las altas o de los hijos de altos funcionarios, situación que es también aplicable a la función pública de los países europeos. Cuidado también con las imposturas (aparentemente reformarlo todo para nunca cambiar los elementos substantivos) como ha señalado Carles Ramió (2021).
Las instituciones tienen un ciclo de vida similar al de la naturaleza. Lo importante es que los logros conseguidos, los avances en la profesionalización de la administración pública, subsistan más allá de los cambios de nombre de las instituciones.
Artículo disponible en El Nacional.