Necesitamos una región abierta, con libre tránsito de personas, con fronteras abiertas que no es lo mismo que fronteras integradas, con homologación de estudios, con ciudadanos libres identificados como latinoamericanos.
En días pasados tuve la oportunidad de asistir a una mesa de trabajo en el marco del II Congreso de Reflexión sobre Integración Desarrollo en América Latona y Europa (Cridale). Compartí en una mesa de análisis en donde participaron expertos en materia de integración y funcionarios internacionales, entre otros: Ricardo Rozemberg, especialista en Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (Intal), Ignacio Bartesaghi, de la Universidad Católica de Uruguay (UCU). José Elías Durán Lima, Jefe de la Unidad de Integración Regional de la División de Comercio Internacional e Integración de la Cepal, Miriam Gomes Saraiva, de la Universidad Estadual do Rio de Janeiro, Brasil, Santiago Rojas, representante en Argentina de la CAF, Mariana Aparicio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Francisco Santos de la Universidad de Loyola Andalucía, España. Bajo la estupenda moderación Rita Giacalone, profesora de la Universidad de Los Andes, en Venezuela, y de la Universidad de La Plata, en Argentina.
Quería dejar algunas inquietudes que lamentablemente la limitación de banda ancha no me permitió abordar, pero aprovecho entonces para dejar algunas ideas que recogen una imperiosa necesidad de replantear el tema de la integración regional. Precisamente, el Secretario Permanente del Sistema Económico Latinoamericano y el Caribe (SELA), embajador Javier Paulinich, en días recientes acotaba en una frase un necesidad. que “resulta imperativo fortalecer la integración regional pero no con palabras o declaraciones sino con hechos concretos que beneficien al ciudadano de a pie. En este contexto debe acordarse un nuevo pacto social postpandemia en la región”.
Sin duda, estamos ante la obligación de volver a soñar con la integración latinoamericana con sentido de realismo y sin ataduras ideológicas. Tenemos que reconocer que estamos ante una crisis del esquema de integración. Realidades como los incumplimientos de las metas de integración, de los compromisos contraídos, de nuestra débil estructura institucional y el poco dinamismo de nuestros mercados internos son un ejemplo del déficit de integración. Por cierto bien reflejado en el Índice de Integración de América Latina y el Caribe que produce el SELA.
Necesitamos una región abierta, con libre tránsito de personas, con fronteras abiertas que no es lo mismo que fronteras integradas, con homologación de estudios, con ciudadanos libres identificados como latinoamericanos.
En esa línea de pensamiento quisiera hacer unas reflexiones sobre nuestro regionalismo. Tenemos más de trescientos acuerdos comerciales notificados ante la OMC. Por su parte, si algo ha tratado de hacer el conjunto de gobiernos de la región latinoamericana por décadas es la de convertir esta parte del continente en una región en el sentido más amplio de la palabra. No en el simplemente geográfico, que de por sí lo es, sino como entidad política y económica. Sin embargo, si bien la naturaleza se ha encargado de buena manera darnos una entidad bastante homogénea, los hombres encomendados de hacer la política en esta parte del mundo más se han acercado a unirnos por la vía de la retórica que por la de la integración amplia, verificable y perdurable. Esto es, sin instituciones sólidas, blindadas a los vaivenes de la política y los localismos de turno.
Veamos. Dos grandes etapas para evaluar los esfuerzos por integrar la región. Sin menospreciar los esfuerzos a lo largo de la historia y el legado de nuestros libertadores por la construcción de una región unida más que integrada, podemos ver dos períodos bien diferenciados, los años noventa y el ciclo que corresponde al inicio del milenio.
En la primera etapa, nos caracterizamos por una maraña de acuerdos comerciales y de integración que fueron proliferando y consolidándose en una década en donde se imponía una visión liberal de la economía y de inserción en los procesos de globalización que aceleradamente se producían. En nuestra región teníamos como puntas de lanza la Comunidad Andina de Naciones, el Acuerdo de Integración Centro Americano, Caricom, y posteriormente Mercosur. A estos se suman los TLC entre algunos países de la región, especialmente impulsados por Chile y México. El G-3 fue uno de estos esfuerzos. Hoy tenemos la Alianza del Pacifico cada vez más sólida y evolutiva.
Con el regionalismo abierto se buscaba entre otros propósitos conformar una economía de mayor escala para la región. Era difícil intentar penetrar la economía mundial con economías de menor dimensión. Venezuela tenía mayores opciones como miembro de la CAN que como actor individual, excluyendo por supuesto su fortaleza como proveedor de petróleo. Otro de los objetivos que se perseguía era hacer que nuestras empresas fuesen más competitivas. Los gobiernos estimulaban a sus empresas a competir para desarrollar sus capacidades exportadoras. Por otra parte, estos procesos de integración y a su vez de ampliación de mercados permitían el ahorro de divisas convertibles, así como atraer inversiones directas basadas en la amplitud de los nuevos mercados que se abrían entre los países de la región. Un inversionista extranjero en Venezuela, por ejemplo, se montaba en el mercado andino sin mayor dificultad. En ese ejemplo está una de los cimientos clave de la visión de conjunto de los beneficios de la integración.
Esta fortaleza integradora buscaba también permitirle a la región una mayor capacidad negociadora frente a terceros. Se entendía que una región unida negociaría con mayor paridad ante las grandes economías, especialmente los Estados Unidos y la CE. Hoy el otro gran actor seria China. Toda esta lista de propósitos para la región buscaban además tres grandes objetivos: ampliar los flujos de comercio entre los países de la región, desarrollar la infraestructura regional y generar riqueza en la región con su consecuente efecto en la creación de empleo estable. Esta visión era el preámbulo a nuevos y mayores consumidores con opción de elección de productos.
Entender el regionalismo de esta manera era la bisagra a una futura unidad política. Sin embargo, vemos que las diferencia políticas llevan a la región hacia un nuevo regionalismo que nos coloca en una transición y con nuevas tendencias que favorecen lo político sobre lo económico. La cooperación por encima de la competencia y la retórica como herramienta de desintegración de la arquitectura comercial que bien se perfilaba como la base de una región fuerte y mucho más dinámica. Los técnicos describen nuestra integración como un plato de espaguetis, cruces, solapamientos, avances y retrocesos tanto en lo interno como hacia actores extra regionales.
Lo cierto es que con el tiempo deberíamos ir dando orden a esa ingeniería variable que permita que tengamos un proceso de integración armónico, blindado ante tentaciones focales o locales, con sentido humano de la integración en donde el ciudadano de la región se sienta de la región no solo por vocación sino porque sean tomado todas las previsiones que garanticen el fortalecimiento de la relación local con beneficios tangibles para sus pobladores. Insisto que debemos soñar en esa unidad posible.