En Alemania funciona desde hace años una coalición de gobierno entre socialdemócratas y democristianos y no es la primera vez. De hecho, ha recibido el nombre de groBe Koalition, cuyo sentido puede percibirse incluso para aquellos que no comprendan el idioma de Goethe. En los años sesenta del pasado siglo, Kiesinger lideró una coalición con los socialdemócratas que ahora se ha repetido en tres ocasiones con Ángela Merkel (CDU/CSU/PSD). Ahora en Italia, Mario Draghi, antiguo presidente del Banco Europeo, acaba de formar gobierno con un conjunto de ministros donde podemos encontrar desde colaboradores de Berlusconi, hasta miembros del Partido Demócrata, heredero directo del Partido Comunista Italiano, incluidos miembros de la Liga Norte o del partido de Beppe Grillo (Movimiento 5 estrellas).
En fin, un Ejecutivo formado por 15 ministros políticos y 8 independientes, que tiene asegurada la mayoría, porque están representados todos los partidos menos la formación de ultraderecha Hermanos de Italia. Es la búsqueda de la tecnocracia a la que definió Manuel García Pelayo, tan relevante en Venezuela y España, como “la estructura de poder en la cual los técnicos condicionan o determinan la toma de decisiones, tendiendo a sustituir al político…”.
El propio primer ministro Draghi, que ha pedido “unidad y compromiso ante una emergencia sin precedentes”, no pertenece a ningún partido político y es una figura de relevancia internacional, unánimemente reconocida por su actuación como presidente del Banco Europeo y representante de lo que podría denominarse como oligarquía tecnocrática europea.
¿Qué razones empujan a los partidos políticos alemanes o italianos a ponerse de acuerdo, por encima de las diferencias ideológicas, profundas y de largo trecho? La reflexión viene a cuento porque esta situación tiene una justificación importante: la necesidad de administrar adecuadamente 209.000 millones de euros procedentes de los fondos europeos, que todas las fuerzas políticas están en la mejor disposición de administrar y que proceden de las importantes e inéditas decisiones de la Unión Europea a causa de la pandemia.
Las situaciones de Alemania e Italia no son idénticas. Pero en ambos casos priman dos factores como la llamada a la responsabilidad y la imposibilidad de formar mayorías suficientes dado el sistema parlamentario. Desde hace años, todos los primeros ministros italianos han sido elegidos por el Parlamento, sin que ni siquiera en algunos casos fueran parlamentarios.
Se indica en Italia que Draghi era el único hombre que podía generar consenso, lo que en definitiva revela la falta de confianza de los ciudadanos en la clase política, que continúa bajando en la escala de apreciación positiva. Además, esta situación revela otros aspectos, algunos positivos.
Entre los positivos pueden citarse la cintura de la clase política, suficiente para ponerse de acuerdo y participar en gobiernos, que en algunos casos van a adoptar políticas no exactamente coincidentes con los idearios y programas electorales. La pandemia ha generado decisiones importantes por parte de la Unión Europea y ha colocado a la clase política en el punto de mira de un ciudadano que se ha visto zarandeado una y otra vez por decisiones contradictorias, cambiantes como las olas del mar. Por el momento y a pesar de las vacunas, cuya administración fraudulenta ha sido objeto de escándalos en varios países, no parece estar muy cercana la solución de salud pública. En definitiva, ninguna fuerza política quiere ser responsable ante la opinión pública de no sujetar la maroma para que el animal bravo no se escape.
Entre los negativos, hallamos el desprestigio de la clase política que continúa su descenso en la mayoría de los países. Ha de añadirse, además, en el caso italiano la presumible oscilación e inestabilidad de algunas carteras, consecuencia de determinadas decisiones no compartidas por todo el arco parlamentario.
A los efectos administrativos y de relación política con otros países de la Unión Europea, la figura de Draghi es además de reconocida, un paso adelante que genera confianza en la administración de los fondos europeos y su destino final.
En suma, una manifestación de que en circunstancias extremas las fuerzas políticas pueden ponerse de acuerdo para llevar a cabo políticas públicas más eficaces para los ciudadanos y menos lesivas de la confianza que en las diversas opciones políticas se depositan.
Se crearán otros ministerios para poder equilibrar los poderes de los diversos socios y ello es presumiblemente positivo para una atención más cercana a los problemas de los ciudadanos. Jacques Atali lo ha dicho recientemente: “El principal cambio que se necesita es un cambio cultural, hay que pasar de la sociedad del egoísmo a una sociedad del altruismo; comprender que todos tenemos interés en ser altruistas, que la empatía es económicamente eficiente”. (La Vanguardia 11-1-21).
Depositar en algunos tecnócratas las decisiones más relevantes pueden en tiempos de pandemia o de dificultades importantes facilitar el desarrollo y generar en los ciudadanos mayor confianza.
Artículo disponible en El Nacional.