En un momento en el que parece que nuestra sensibilidad por los miles de fallecidos en esta maldita pandemia ha quedado adormecida o cauterizada por el deseo de vivir o por la inconsciencia ante la imparable realidad, ha fallecido Mariano Baena del Alcázar víctima de ella.
Es, duele expresarlo en pasado, el creador pleno de la Ciencia de la Administración en España, que entroncó los estudios sobre la Administración pública que se efectuaban en nuestro país desde el siglo XIX con los que se realizaban en Europa y en Estados Unidos desde mediados del siglo pasado. A partir de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid consiguió expandir esta disciplina tanto a los estudios de Ciencia Política y de la Administración como a los de gestión pública de nuestro país, promoviendo varias cátedras de esta disciplina y ejerciendo a la vez una significativa influencia en Iberoamérica.
A él se debe el estudio de cómo el poder ejerce la dominación en la sociedad a través de una institución específica, fragmentada y extendida, la Administración pública, y sus integrantes, políticos y burócratas, que adoptan decisiones y gestionan cuantiosos medios para lograr los fines atribuidos al Estado; además, la Administración potencia y vertebra las capacidades humanas para que el poder pueda servirse de ellas.
Mariano Baena del Alcázar nació en Granada en 1937. Cursó Derecho en la Universidad de Granada. Entre sus profesores se encontraban Luis Sánchez Agesta, Manuel Díaz de Velasco y Rafael Gibert y Sánchez de la Vega. Ingresa en el Cuerpo Técnico de Administración Civil en 1961. Compatibilizó esta dedicación, a partir del curso 1961/1962, con la plaza de profesor ayudante de Fernando Garrido Falla, su maestro, en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. En 1963 obtuvo el doctorado en Derecho.
En enero de 1971 es deportado por el régimen de Franco a Extremadura debido a la divulgación de un estudio sobre la presencia de funcionarios en las Cortes franquistas. En febrero de 1972 tomó posesión de la cátedra de Derecho Administrativo en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Valencia, donde fue Secretario General, llamado por su compañero y amigo Manuel Broseta. En 1974 fue propuesto por José Antonio García Trevijano como director de la Escuela Nacional de Administración Local, cargo que ocupa hasta septiembre de 1977. En enero de 1979 accede a la cátedra de Derecho Administrativo en la Facultad de Derecho de Valladolid. En julio de 1980 fue nombrado Secretario General Técnico del Ministerio de la Presidencia y en 1981 presidente del Instituto Nacional de administración Pública (INAP).
En 1983, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, ocupó la primera cátedra de Ciencia de la Administración en España. Hasta su nombramiento como magistrado del Tribunal Supremo en 1991, la preocupación central de esta etapa es la elaboración del Curso de Ciencia de la Administración y la creación de esta materia científica. En los últimos años fue director del Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la esta universidad durante ocho años.
Fue magistrado de la Sala Tercera del Tribunal Supremo hasta su jubilación en 2007, así como miembro de la Junta Electoral Central en varios mandatos. En esta etapa continúa la investigación sobre las élites que se publica en 1999, y trabaja también, además de realizar las labores jurídicas, en la puesta al día de las sucesivas ediciones de su «Curso de Ciencia de la Administración». A partir de 2002, se centra sobre todo en el ejercicio de la magistratura, si bien realiza simultáneamente estudios doctrinales, una buena parte de ellos en homenaje a compañeros maestros del derecho administrativo español y de la ciencia política. Varios de ellos han sido publicados en la que siempre consideró su casa, el INAP, que también acogió su libro homenaje.
Era miembro de honor de la AEINAPE y doctor honoris cusa por la Universidad Rey Juan Carlos.
Mariano Baena del Alcázar a lo largo de su vida y obra hace algo que solo está reservado a los elegidos: abre o indica nuevos caminos en la búsqueda de un mejor conocimiento administrativo. Detecta a tiempo la crisis ideológica de la autoridad del Estado y el agotamiento de la Administración y la necesidad de su apertura; la urgencia de dar un amplio acceso a la información y a las decisiones públicas a los ciudadanos; la obligación de definir bien los objetivos y los fines y que estos satisfagan las demandas de la sociedad; o la dificultad de fijar estándares y de seleccionar indicadores en las políticas públicas.
Su vida, en sus propias palabras, se orientó a la virtud, se rigió por la unidad y la coherencia, el continuo crecimiento moral, la reflexión interior y el servicio a los demás; por eso hay que considerarle un funcionario ejemplar.
Se nos ha ido un grande, como persona y como servidor al Estado, que es lo que siempre y por encima de todo se consideró. Ha sido, en un sentido pleno, un maestro y alguien con quien medirnos.
Descanse en paz.
Madrid, a 6 de enero de 2021