En las administraciones públicas, con frecuencia coincidentes con los programas de las presidencias norteamericanas, aparecen propuestas de cambio: gobernar con estilo empresarial, gobierno abierto. Ahora nos enfrentamos con una nueva ola de cambio, bienvenida sea, relacionando la singular velocidad de las transformaciones tecnológicas con la acusada caída en la confianza ciudadana en los gobiernos y las administraciones públicas. La innovación está de moda, pero no debe ser una moda.
La pandemia está relacionada con este fenómeno, incluso parece estar en el origen de numerosas revueltas sociales, pero también la asombrosa distancia entre las innovaciones y saltos tecnológicos, a los que asiste el ciudadano que es testigo en directo de estas transformaciones, y el atraso evidente en la prestación de servicios públicos por parte de las administraciones.
Los países intentan combatir esta distancia mediante programas de inversiones en tecnología o en ambiciosos programas de digitalización de los trámites internos de las administraciones, pero los resultados son aún demasiado magros. Los programas existen y la voluntad de muchos gobiernos también, pero para obtener los resultados deseados aún falta tiempo.
Es preciso que en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y con el fin de salvar esta distancia temporal se dispongan las acciones pertinentes para disminuirla y recuperar parte de la confianza perdida.
En este libro, los lectores pueden encontrar las definiciones más relevantes de la innovación, la situación y dificultades existentes en los países miembros del Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD), la forma de enfrentarse a ellas y los elementos de prospectiva suficientes de cara a los retos que se acumulan para las administraciones públicas en esta época pandémica y disruptiva. El trabajo de su autor combina, pues, los conocimientos científicos especializados en este tema con el trabajo de campo que hemos realizado en el CLAD con los países miembros que han contestado a las preguntas realizadas y enmendado una y otra vez la redacción definitiva del principal logro que hemos obtenido en este campo: la Carta Iberoamericana de Innovación en la Gestión Pública.
La pandemia ha generado ingentes dificultades para las administraciones públicas, pero ha sido también la base de importantes cambios positivos en su actuar. No solo el teletrabajo o las más cuantiosas inversiones en tecnología, sino actuaciones y reflexiones que alcanzan por una parte a los responsables y empleados de las administraciones y gobiernos y por otra, a los propios ciudadanos.
Los servidores públicos y los responsables políticos han comenzado ya a andar un camino, sin retorno, de prestación de servicios de otra forma, en la que la presencialidad ya no es el elemento sine qua non.
Los ciudadanos han descubierto por su parte, que es posible obtener el servicio demandado sin esperar horas y que, en determinados trámites, se ha podido avanzar. La pregunta y la constatación es que no es en todos los países y en todos los trámites: unos van más avanzados que otros. Inciden en este campo dos factores determinantes: la voluntad política y la demanda ciudadana.
Para lograr que los ciudadanos aprovechen con mayor profundidad estas circunstancias conviene que las inversiones continúen, incluso que se incrementen, teniendo en cuenta que la innovación como se explica en este libro, no se paraliza, sino que su velocidad aumenta.
Por eso hablamos de disrupción: de la adopción de caminos nuevos, incluso de aquellos que en ocasiones han estado vedados por las administraciones en virtud de la tradición y también de la experiencia. La Real Academia Española (RAE) señala únicamente la rotura o interrupción brusca, pero en el ámbito empresarial está el concepto firmemente unido a la innovación. Como han indicado los expertos (Caries Ramió. Luis Aguilar y Osear Oszlak), la disrupción conviene a la Administración. Incluso, además de inevitable es imprescindible para hacer frente al progreso acelerado de nuestras sociedades.
La disrupción no está reñida con la burocracia que no es ineficaz si el contenido de las reglas es el adecuado, derivado de las leyes aprobadas en el Parlamento, y los trámites imprescindibles y necesarios no se eternizan, o juegan como un bucle que obliga a llevarlos al especialista conocedor de los corredores y despachos de los funcionarios, tan bien descritos por Benito Pérez Galdós u Honoré de Balzac.
Si las reglas son las necesarias, el funcionamiento burocrático puede ser el adecuado. Si las reglas son opacas y confusas el resultado puede ser el proceloso mar de los sargazos. Aquí es donde entra la disrupción, en la que hay que formar a los funcionarios: pensar por las razones por las que tales servicios no funcionan y pedirles propuestas para hacerlos funcionar mejor y más rápidamente.
Llevar a los grupos parlamentarios a alejarse también de los aspectos formales para ver con distancia cómo arreglar los problemas e incluso llegar a acuerdos entre grupos distintos y distantes.
Vamos a poner un par de ejemplos: la inmensa mayoría de los datos que las administraciones públicas piden a los ciudadanos son datos de las propias administraciones públicas, aunque con frecuencia residen en organizaciones políticas y administrativas diferentes. Cuando a las administraciones le interesan, por ejemplo, en el ámbito tributario, es posible obtener estos datos.
Si puedo en un caso, posiblemente podré en otros muchos. Es pues una cuestión de voluntad política ya solucionada en otras administraciones y países.
Otro ejemplo: a pesar de las dificultades, las administraciones desarrolladas han logrado colocar millones de vacunas a los ciudadanos poniendo en vigor ingentes bases de datos y logrando que, con dificultades y algunos episodios de corrupción, se suministren estas vacunas estableciendo criterios de edad, enfermedades, riesgo, profesión, etc. Antes no se había hecho y desde una apreciación tradicional de la función pública, ello hubiera sido imposible y, sin embargo, vista la necesidad inmediata en general los países han logrado avanzar en el combate de la pandemia protegiendo a sus ciudadanos.
Esa es la cuestión: el buen funcionamiento de las administraciones públicas que tradicionalmente tenía que ver con el cumplimiento de las reglas, establecidas en una miríada de leyes y reglamentos, pasa a tener como directriz esencial la necesidad ciudadana.
Algunos países han sabido llevarlos a efecto, otros no. Aunque influyen de manera determinante otros factores, como la disponibilidad de vacunas o la fortaleza del sistema de salud pública y sanitario, la capacidad logística ha debido instrumentarse mediante decisiones que han puesto por delante la salud pública frente a otros impedimentos, incluso legales, que han obligado a cambiar las reglas de funcionamiento, aunque haya sido de forma temporal durante la pandemia.
Por eso necesitamos una administración y una burocracia disruptiva que reflexione sobre las situaciones anteriores, actuales y previsiblemente futuras. Este es también el planteamiento de Naciones Unidas cuando nos propone los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que son propósitos de transformación de la realidad, para mejorarla y hacer un mundo más justo y feliz.
También en este ámbito debemos tener en cuenta el cambio climático que produce alteraciones de gran calado en la vida ciudadana, como los incendios en California o las inundaciones en Europa Central.
Aplicando normas dictadas para solucionar problemas distintos y distantes que nada tienen que ver con la realidad presente no lograremos avanzar en la construcción de administraciones públicas basadas en la innovación. La pandemia nos lo ha demostrado con harto dolor. Si utilizamos las formas de trabajar que en este libro se proponen, analizando la realidad actual y abriéndonos a la reflexión prospectiva y al pensamiento estratégico, estaremos sin duda en mejor situación para enfrentar los problemas del porvenir.