¡Venganza!


No existe causa ideológica, religiosa o política que pueda justificar, ni siquiera matizar, la execrable acción terrorista del movimiento salafista Hamás contra civiles israelíes inocentes.

Asesinatos indiscriminados, secuestros y violaciones, mutilación de los muertos, son todos ellos crímenes que vulneran las leyes humanitarias y las leyes de la guerra. Para distinguir entre civilización o barbarie sólo hay que acudir al derecho internacional humanitario y a los 6 principios en los que se basa: humanidad, distinción, limitación, precaución, necesidad militar y proporcionalidad.

La operación lanzada por Hamás contra la población judía, el pasado sábado, es terrorismo en su definición más básica y sólo puede condenarse.

En tan sólo unas horas, las brigadas de Hamás, Ezedin Al Qasam, alcanzaron hasta 27 enclaves israelíes en una distancia máxima de 22,5km. El escuadrón Halcón, perteneciente a dichas brigadas, atacó desde parapentes con motor a 260 jóvenes israelíes que celebraban un festival de música a tan sólo 6km de la Franja de Gaza. Fueron acribillados con balas y los supervivientes secuestrados. Aquéllos que intentaron alcanzar sus vehículos para huir se encontraron con los brigadistas de Hamás, llegados en motos y automóviles, y fueron también abatidos. Mientras tanto cientos de misiles caían sobre uno de los mejores sistemas de defensa aérea del mundo, en territorio israelí. Ningún servicio de inteligencia del gobierno Netanyahu había previsto semejante potencia de destrucción por parte de Hamás. El boquete abierto en el muy prestigioso aparato de seguridad israelí es enormemente preocupante y tendrá graves consecuencias políticas para el país. El mundo contempla con estupefacción que Hamás haya podido acumular tal cantidad de armas en el escaso territorio de Gaza sin conocimiento del gobierno israelí. Es posible que los problemas internos a los que se enfrenta Netanyahu por su reforma judicial que divide el país, el enorme despliegue de las fuerzas de seguridad en Cisjordania, y en las tierras ocupadas por los colonos a los que hay que proteger, que merman los efectivos del ejército y el error de cálculo en cuanto a las verdaderas capacidades logísticas y de acción de Hamás expliquen este fracaso estrepitoso. No hay que olvidar que la seguridad israelí ha sido el primer objetivo de todos los gobiernos desde la fundación del Estado, en 1948.

Ante semejante agresión por parte de Hamás es también indiscutible que Israel tiene derecho a defenderse con todos los medios a su alcance y con el único límite de la Ley humanitaria internacional, sobre todo porque se trata de un país democrático, avanzado y parte destacada de la gobernanza mundial. Pero el derecho a defenderse no puede devenir en una nueva acción de terrorismo de Estado. Gaza ya está sitiada. Israel mantiene el control de todo aquello que necesitan los gazatíes para vivir/sobrevivir. Cortar la luz, el agua y los suministros a una población de más de 2 millones de habitantes -la mitad de los cuáles son niños- no podrá ser considerado como legítima defensa sino como venganza.

Venganza! aintiqam! es uno de los gritos que escuchamos entre las jóvenes milicias islamistas que apoyan a Hamás y también entre los grupos de activistas judíos más radicalizados.

El odio y el fanatismo enquistado en gran parte de la población palestina e israelí, la práctica desaparición de las posiciones más moderadas tanto del Likud como de la Autoridad Nacional Palestina de Mahmud Abás, alimentan hace tiempo la bomba de relojería que ha estallado ante los ojos del mundo.

Netanyahu ha formado el gobierno más extremista de la historia y ha ido concediendo a sus socios más fanáticos la posición dominante: ampliando asentamientos, endureciendo las condiciones de vida de los palestinos y alimentando un discurso anexionista y excluyente: “el pueblo judío tiene un derecho exclusivo e inalienable a todas las partes de la tierra de Israel” (Netanyahu, 28/12/22).

Por su parte, Hamás y las milicias en que se apoya niegan radicalmente el derecho de Israel a existir: son las fuerzas más extremistas las que controlan Gaza. Su apuesta es mesiánica y apocalíptica y descartan todo proceso político, como también lo hace la mayoría del gobierno Netanyahu. ¿Dónde ha quedado el discurso del diálogo y de la paz y la solución de dos Estados independientes?

Ni Netanyahu ni los jefes de Hamás están pensando en el doliente pueblo palestino. Lo cierto es que pocos lo hacen incluso en la Comunidad Internacional. Los Estados Unidos, La Liga Árabe, la Unión Europea -la mayor donante, eso sí, de la ayuda a Palestina- la Unión Africana, todos hemos estado manteniendo un statu quo que no garantiza ni la dignidad para los palestinos ni la seguridad para los israelíes; la responsabilidad de la guerra que ha empezado es, desgraciadamente, una responsabilidad compartida.

Los acuerdos de Abraham que normalizan las relaciones entre Emiratos Árabes (y Bahreín) e Israel, suscritos el 15 de septiembre 2020 en La Casa Blanca, y con la posible incorporación de Arabia Saudí, no han significado, hasta ahora, ningún avance para los intereses de los palestinos. No hay que descartar que la acción terrorista llevada a cabo por Hamás tenga como objetivo boicotear el éxito diplomático israelí que culmina la creación de una alianza regional contra Irán y que, además, puede significar el olvido absoluto de la causa palestina por los propios estados árabes en su normalización de las relaciones con el estado de Israel.

Ahora sólo cabe pedir contención a todas las partes, incluidos los demás actores regionales, que podrían poner en marcha un conflicto de dimensión global e imprevisible y, sin duda, dramática.

Fuente: https://www.republica.com/opinion/venganza-20231011-17281971073/amp/