Sobre el científico, el político y el gobierno


 

La película Oppenheimer, a pesar de sus tres horas de duración, está teniendo un éxito relevante en muchos países. Por supuesto, aún no ha sido estrenada en Japón, donde la visión del filme puede ser distinta, teniendo en cuenta lo ocurrido en los bombardeos de las ciudades destruidas por la bomba. No sólo relata la vida de este físico eminente, sino que es lo más importante, viene a desenmascarar uno de los peores episodios de la caza de brujas que tuvo lugar en Estados Unidos, dirigida por el senador Joseph McCarthy. Nos interesa de forma especial destacar que este físico, a quien se debe la dirección del grupo de científicos que inventó la bomba atómica, en sus últimos años de vida manifestó un punto de vista muy ético renegando de alguna manera de la destrucción de las 246.000 vidas humanas que los dos bombardeos de Hiroshima y Nagasaki produjeron.

En especial, ha de destacarse que nunca aceptó la acusación y que mantuvo su posición de haber hecho lo correcto, como fue la continuación cuando llegó a la conclusión de que había que poner limites muy estrechos, lo que no concordaba con los planteamientos del Alto Mando Militar. En el libro en el que se basa la película, sus autores relatan de forma pormenorizada los avatares de la vida de este eminente científico que contó con la amistad de Einstein y de numerosos premios Nobel, cinco de los cuales asistieron a sus exequias en 1967.

En 1945 dirigió el equipo de científicos que logró la bomba atómica, por lo que fue considerado héroe nacional y símbolo del científico al servicio del pueblo. Pero, nueve años después, la administración Eisenhower lo declaró individuo peligroso para la seguridad nacional, convirtiéndolo así en la victima más destacada de la cruzada anticomunista.

Más allá de la importancia logística y militar de la bomba, que permitió la rendición casi inmediata de Japón en la Segunda Guerra Mundial, nos interesa destacar dos importantes cualidades de Oppenheimer. La primera es su gran capacidad de organización, pues transformó una meseta virgen en un laboratorio y a un grupo variopinto de científicos en un equipo eficiente (Bird y Sherwin, 2005).

La segunda característica tiene que ver con el mantenimiento de sus ideas, con independencia de que su defensa le acarrearía dificultades. Su testimonio ante la Comisión puede considerarse un ejemplo de coherencia.

El asunto tiene que ver con la pervivencia de las ideas, valores y principios que las personas deben mantener, con independencia de que ello le puede traer consecuencias negativas, incluso fatales como fue el caso de Galileo Galilei y más recientemente Oppenheimer.

Esa contradicción entre la posición del científico que tiene ideas personales y análisis éticos de la realidad política tiene también su correlato en la actitud de algunos políticos de América Latina.

Fernando Villavicencio, candidato a la presidencia de Ecuador, cuyas elecciones se celebran el 20 de agosto, ha sido asesinado a la salida de un mitin electoral por, según declaraciones del presidente Guillermo Lasso, el crimen organizado. Villavicencio era un político y periodista, cercano al presidente Lasso y cuyo lema de campaña era «Es tiempo de valientes». Entre sus propuestas para luchar contra la corrupción estaba la creación de una Unidad Antimafia que perseguiría a narcotraficantes, secuestradores y todo tipo de estructura criminal.

El hecho luctuoso pone de relieve, una vez más, que dos de los principales problemas de Latinoamérica tienen que ver con la extensión del narcotráfico, que al comercio de sustancias ilícitas une cada vez más la comisión de delitos especialmente violentos, para proteger sus mercados o fortalecer sus territorios recurriendo al asesinato y las influencias en todos los estratos sociales, incluyendo las fuerzas políticas.

El segundo problema, correlato del anterior, se relaciona con el abandono de las aspiraciones democráticas de buena parte del electorado, como revela el Latinobarómetro de 2023, «solo 48% apoya la democracia en la región, lo que significa una disminución de 15 puntos porcentuales desde el 63% de 2010». Parece que un porcentaje muy alto de la población prefiere sacrificar la democracia en beneficio de la protección y la seguridad. Hay ejemplos ya de regímenes que han puesto en sordina las libertades democráticas de expresión o manifestación, incluso la protección jurídica de los ciudadanos, en beneficio de la seguridad y la lucha contra la delincuencia, con resultados electorales muy positivos para sus dirigentes. El apoyo que revelan las encuestas es extraordinario y con frecuencia insólito en estos países.

Los valores son importantes y el respeto a las leyes democráticas también porque protegen a los ciudadanos de los hipotéticos excesos de los poderes públicos. Pero en la democracia hay valores como la libertad, la justicia, la igualdad ante la ley, entre otros. Si los gobernantes no los respetan difícil será que los ciudadanos no tomen atajos cada mañana y en consecuencia quiebre la convivencia.

Artículo disponible en El Nacional.