Con un margen de maniobra tan amplio para el cambio, el Presidente camina por el filo de la navaja.
Hace años que Colombia no tenía un presidente que llegara al poder con un proyecto político de cambio tan fuerte y legítimo como Gustavo Petro. Las facultades extraordinarias que está pidiendo con la aprobación del Plan de Desarrollo, o los proyectos de reforma de la salud, o la laboral, que comienza a tramitar en el Congreso, o los cambios en los códigos y la creación de nuevas jurisdicciones en la justicia, así como la reforma de las Fuerzas Militares y de Policía que su equipo está trabajando, son de tal magnitud que advierten de un cambio político e institucional de trascendencia.
A diferencia de sus antecesores Samper, Pastrana y Gaviria, cuyos proyectos de cambio político e institucional estaban limitados por la búsqueda de la paz con las Farc, el de Uribe que orientó todos sus esfuerzos al restablecimiento del control territorial del país, y el de Santos que logró el cierre de la negociación con las Farc, Petro tiene la agenda totalmente abierta para emprender el cambio que considere conveniente para el país. No tiene ningún límite.
Es tan amplio el margen de maniobra que tiene para desencadenar un cambio político e institucional que en la práctica a nadie le ha extrañado que comenzara propiciando un giro en el régimen presidencial que desde los inicios de la república nos ha gobernado. Me refiero al régimen que unía en el presidente al jefe de Estado y al jefe de gobierno. Desde el pasado 7 de agosto, Petro asumió como jefe de Estado y no ha ejercido sus funciones como jefe de gobierno, hasta un punto en que ha sido el propio ministro de Hacienda, José A. Ocampo, quien las ha ido asumiendo en la práctica. No solo porque está siendo quien reacciona a las declaraciones desatinadas de sus colegas, sino porque su cartera está revisando todas las reformas, tanto en temas de impacto fiscal como en la concepción misma del proyecto. Párrafo por párrafo. Su aprobación es crucial. El Presidente no se mete en las discusiones. Traza la línea y espera que sus ministros desarrollen el contenido.
El problema está en que, por la forma como se han anunciado las reformas y sus contenidos, no está claro si se trata de un proyecto de transformación estructural o de revanchismo puro y duro. Por ejemplo, no está claro si el eje de la reforma de la salud está en estructurar un nuevo sistema en que sea el Estado el que gestione el derecho a la salud y no el mercado, o si de lo que se trata es de pasar la cuenta de cobro a las EPS cuyas prácticas afectaron el funcionamiento del sistema; o si en el agro se trata de modificar la estructura de propiedad de la tierra o más bien se busca pasar factura a los terratenientes que durante años se han beneficiado de un sistema tan desigual; o si la reforma pensional busca un sistema de pensiones que sea más homogéneo, de mayor cobertura y más equitativo para los colombianos o si más bien se trata de quitarles a los grandes banqueros uno de los negocios más lucrativos del país.
Por lo visto y oído en su famoso ‘balconazo’, hasta ahora el proyecto político del cambio es revanchismo puro. No solo eso se deduce por el discurso confrontacional con el que Petro está buscando que “el pueblo” defienda sus reformas, sino porque con ministros activistas no se hacen reformas. Los activistas no están para producir ideas sino para movilizarlas. Dejar en sus manos los cambios es un riesgo muy grande.
Las pasiones no guían las grandes transformaciones, como la razón deliberativa jamás conduce al revanchismo. En política, las primeras enceguecen tanto como la segunda esclarece. Con un margen de maniobra tan amplio para el cambio, el Presidente está caminando por el filo de la navaja: si es por la razón deliberativa, puede llegar a ser el gran transformador del sistema político e institucional del país. Pero si se deja llevar por la fuerza de las pasiones puede terminar como el gran demoledor. Ojalá sepa escoger la opción por seguir.
Artículo disponible en El Tiempo.