El drama del vacío político


Los ministros deben adivinar lo que su Presidente quiere. Y Uribe está lejos de sus congresistas.


Fue una reunión entre dos desconocidos para Colombia. La sensatez, el propósito de colaboración y el tono constructivo contrastaban con la imagen combativa, desafiante y pugnaz que cada uno ha cimentado en 40 años de política. El encuentro del martes fue entre dos dirigentes sosegados y conciliadores, que buscaban llegar a acuerdos en torno al manejo de los problemas del momento. Eran Petro y Uribe, pero parecían el presidente de otro país y el jefe de la oposición a otro gobierno.

Nada que ver con los ánimos encendidos que los seguidores de uno y otro han mantenido en las últimas semanas. Los de Petro, convencidos de que están ante la octava maravilla del mundo, pasando factura y anunciando desquite por años de explotación y voracidad; los de Uribe, esperando que aparezca un redentor, que no dan un centímetro de espacio ni un minuto de espera a un gabinete de ministros que no se equivoca en ninguna de sus equivocaciones.

La nueva reunión entre el Presidente y el jefe de la oposición reveló qué tan cerca están entre ellos, pero qué tan lejos están uno de sus ministros y el otro de sus congresistas. Están cerca porque tienen muy claro que el ambiente de tensión y confrontación no les sirve al Gobierno ni a sus opositores. Pero uno (Petro) está lejos de sus ministros, porque asumió como jefe de Estado pero no de gobierno, y no ha sabido transmitir la idea del cambio que busca, ni mucho menos la trayectoria por seguir para lograrlo. A los ministros les toca adivinar lo que su Presidente quiere y cómo lo quiere. Y el otro (Uribe) está lejos de sus congresistas, porque al estar ausente (quizá por su “complejo de preso”) no ejerce como jefe de la oposición y tampoco logra hacer oposición constructiva, ni mucho menos mover alternativas a los problemas que tienen ahogado al Gobierno. Es el drama del vacío político que vive el país.

Por eso, el problema no es de los ministros ni de los seguidores. Es de los líderes que se han ensimismado en su condición de líderes supremos. Petro, intentando grandes elaboraciones que explican el origen de la riqueza o ilustran sobre los daños del desarrollo, como si se tratara de un profesor de economía política o del encargado de un seminario de ética del crecimiento en una universidad. Y Uribe, invocando las virtudes de la paciencia, la comprensión y la humildad como recursos para hacer oposición política, como si fuera el líder de una comunidad religiosa.

Lo preocupante no es la distancia de uno y otro con sus ministros y congresistas. Lo verdaderamente grave es la distancia que están teniendo con relación a los millones de ciudadanos que los siguen y que esperan de ellos las decisiones que lleven al bienestar, sin importar qué tan guerreros, desafiantes y pugnaces sean o hayan sido. 

Pero uno no debe dejar en manos de los ministros la tarea de gobernar el país, ni el otro en manos de sus congresistas la labor de oponerse. Petro debe entender que, por ejercer como jefe de Estado y no de gobierno, el país se le ha comenzado a salir de las manos. Las pifias, incoherencias y afirmaciones inadmisibles de sus ministros en ámbitos tan cruciales como la seguridad, la titularidad de las tierras, el manejo energético o la reforma de la salud, además de paralizar la economía, están produciendo enfrentamientos entre los colombianos.

Petro debe asumir como jefe de sus ministros y no como su orientador programático. Y Uribe debe tomar su papel en la vida política y no esperar a que los colombianos lo tengan que llamar para que le haga saber al Presidente las preocupaciones que tienen sobre el derrotero que se debe seguir para salir de este angustioso (y belicoso) marasmo en que está sumido el país.

El día que ganó, cerró su discurso diciendo: “Me llamo Gustavo Petro. Y soy su presidente”. Entonces, que asuma. Y en su primera reunión con el electo presidente, Uribe dijo que era el jefe de la oposición, pues que ejerza. No hay lugar a más vacío político.

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