En esta época de aceleración constante, de innovaciones continuas que alcanzan a las empresas, a los ciudadanos y a las administraciones públicas, resulta necesario tratar de pensar, sin dejar de dar pedales, sobre lo que está ocurriendo y la mejor manera de avanzar en este proceloso e innovador mundo. Subidos en la bicicleta, avanzamos en nuestro camino, pero hemos de reflexionar para encontrar las mejores formas de prestar los servicios públicos, a veces disruptivamente, por otros caminos.
La velocidad de las innovaciones hará que algunas reflexiones se queden a medio camino por la aparición de nuevas tendencias y realizaciones. Cada uno es responsable de analizar lo que su tiempo presenta, pero este período es singularmente rápido, hasta tal punto que se considera como una de sus características la aceleración de innovaciones. No solo aparecen, sino que se manifiestan muy rápidamente: cuando nos damos cuenta de unas, otras están ya siendo anunciadas. Por ello, las sociedades no solo necesitan de estas innovaciones, sino que las administraciones precisan de directivos públicos que las comprendan, utilicen e incluso desarrollen para el mejor cumplimiento de las políticas públicas.
Es importante conocer los adelantos tecnológicos y estar al tanto del desarrollo de la era Meta (Campos, 2022), pero especialmente es crucial que el directivo público esté abierto a los cambios e innovaciones y que incluso los fomente. Ser directivo público en la actualidad supone como mínimo desterrar la vieja concepción de la administración basada en la tradición de continuar haciendo las cosas como siempre.
¿Cómo se está abierto a los cambios? ¿De qué maneras pueden aprovecharse las innovaciones para generar mejores servicios y consecuentemente lograr mayor confianza ciudadana? Ahí van varias sugerencias:
Los directivos públicos han de comprender un gran número de innovaciones que tienen o van a tener fuerte repercusión en el trabajo de las administraciones públicas y de sus funcionarios. La dirección pública debe generar resultados y para ello es necesario que estas innovaciones (muchas de ellas ya presentes en las actividades de las administraciones públicas) sean cada vez mejor digeridas y puestas en práctica.
Estos son, además los objetivos de todos los que procuran una mejora en el funcionamiento de las administraciones públicas, que ven con ilusión la irrupción continua de las innovaciones, del mundo virtual.
Se desarrolla, sin embargo, de forma veloz, la deshumanización del contacto entre los servidores públicos y los ciudadanos. La tecnología ha acercado sobremanera los servicios a los ciudadanos y con alguna frecuencia (diferente según el grado de desarrollo tecnológico de los países) ha logrado resultados instantáneos en algunos procedimientos administrativos mediante su digitalización. Pero ha dejado fuera de onda a numerosos ciudadanos que, por ignorancia o dificultad, no han logrado la conexión suficiente para resolver sus asuntos con las administraciones. Habitualmente se debe a las dificultades generadas por la distancia entre el funcionamiento del mundo digital y los conocimientos del ciudadano, mayores proporcionalmente cuando la edad es alta. Estos escollos tienen que ver también con las carencias tecnológicas asociadas a la pobreza de las poblaciones o a la lejanía con los grandes centros poblacionales, que dificultan o impiden la conexión necesaria.
Los algoritmos, ya instalados en numerosos procedimientos administrativos, constituyen un avance de relieve, pero deben ser controlados por las administraciones pues como se ha demostrado, en algunos casos pueden generar sesgos en la decisión cuyos resultados pueden ser discriminatorios. Por ello, la labor de las administraciones no consiste solo en contratar a un grupo de expertos consultores que construyan un algoritmo eficaz, sino que debe preocuparse también de conocer la ponderación de los diversos factores y examinar y evaluar constantemente sus resultados. La introducción de algoritmos garantiza rapidez y automatismo, pero los resultados pueden no ser los adecuados desde el punto de vista social o económico.
Si la política pública en la que se aplica el algoritmo correspondiente no contiene sesgos indeseables y sus resultados son satisfactorios, habremos logrado un avance. En caso contrario, el algoritmo debe ser revisado de forma periódica.
La respuesta a la pregunta del título de este artículo no es unívoca, pues dependerá de muchos factores como la preparación, la adaptación al cambio, los medios tecnológicos y la flexibilidad de las organizaciones. Para los directivos públicos, el conocimiento de las nuevas tendencias es vital. Los políticos de nuestra sociedad son sobre todo expertos en política y en comunicación, pero precisan de técnicos que les auxilien en las diversas materias y especialmente en aquellas que, por su novedad, o por su alto contenido técnico, necesiten de auténticos especialistas que desgranen el grano de la paja y propongan opciones que la dirección política debe calibrar y en definitiva, elegir.
Vivimos una época de cambios y de cambios acelerados. Las administraciones y los servidores públicos deben estar en la vanguardia de los cambios, a pesar de que las instituciones públicas están basadas en estructuras orgánicas estables y de tediosa modificación. Pero el cambio es necesario e inevitable. Los directivos públicos deben colocarse en la vanguardia, pues su misión no es solo avanzar en el camino, sino con frecuencia señalar cuál es la senda más conveniente.
Artículo disponible en El Nacional.