Ivan D’Lacoste Parra


Hoy hace un año que se nos fue este querido ser quien cercano a cumplir 88 años de edad y lleno de vitalidad sucumbió ante la dureza de la pandemia que fue más fuerte que sus ganas de seguir dejando una huella y ser el guía espiritual de una maravillosa familia que construyó con honestidad y sacrificio. Iván fue fundamentalmente un buen ser humano. Honesto y hombre de principios. Desde el Zulia y en sus años mozos llega a Caracas a ponerse el uniforme del ejército venezolano que lo portó con hidalguía a lo largo de 35 años de carrera y que lo vistió por última vez el un día como hoy hace un año. Uniformado, su sable y su gorra fueron testigos de su última presencia en esta tierra.

Iván perteneció a la promoción General Pedro Zaraza, de aquella Escuela Militar que Marcos Pérez Jiménez no quiso bombardear en enero de 1958 antes de dejar el poder. Los jóvenes de esa promoción fueron testigos de excepción del fin de la dictadura y el regreso de la democracia. Esa cohorte de Julio de 1958 que tuvo como alférez mayor a Jacobo Efraín Yépez Daza, recordado oficial general de nuestras fuerzas armadas. En ella se graduaron dos hermanos que la familia D´Lacoste, desde Maracaibo, le entregó al Ejército venezolano, Rafael e Iván.

Este último, que al igual que su hermano llegó al rango de coronel, fue un militar inspirado por la disciplina y la honestidad. Era de esa estirpe que ingresaban a las Fuerzas Armadas con vocación de servicio, la riqueza y el poder no estaba en su ADN. Vivió con lo que su ejército le brindo, suficiente para hacer una familia, educarlos y abrirles oportunidades. Para esas generaciones ser militar era una distinción y así los percibían los ciudadanos, gente de honor al servicio de su país. Sus metas eran inmediatas, defender a la patria, ascender, ser coroneles y generales; apropiarse de los bienes de la nación o de las prebendas del cargo no era parte de la ecuación.

Iván también dejó huella. Siempre fue visto como un oficial justo y correcto. Sus superiores y subalternos dieron muchas veces muestra de esa virtud. Su carrera tuvo sus propias intensidades. Llegó a nuestra familia desde muy joven. Era subteniente, servía con mi padre en San Cristóbal, cuando el alzamiento del general Castro León quien intentó derrocar al gobierno de Rómulo Betancourt con una asonada originada en Colombia. Mi padre, capitán, e Iván subteniente, servían en el batallón Bolívar de San Cristóbal, una de las unidades que se alzaron. El joven oficial (23) recibió la orden de apoderarse del Radio del Torbes, popular estación de radio de la ciudad. Recuerdo que cuando le preguntábamos qué hacía en la radio en esos momentos, nos contaba que mandaba a colocar la música que le gustaba a su prometida, Marla, luego su esposa hasta el fin de sus días.

El golpe fracasó, los comprometidos fueron presos y enjuiciados. Iván, quien estuvo a punto de escaparse a Colombia, pero capturado justo en la frontera y viendo pasar algunos de los compañeros alzados, estuvo preso en la cárcel del San Carlos aquí en Caracas, viejo cuartel gomecista y que por muchas décadas fue utilizado como presidio para presos políticos. No fueron pocos los políticos y militares que dejaron parte de su vida entre esas paredes. Los jóvenes oficiales fueron absueltos pues su participación era por cumplir órdenes de sus superiores. ¿Quién puede tener sano juicio para ser golpista o revolucionario a esas edades? Los jóvenes militares actuaban más por respeto a sus mandos superiores y los jóvenes políticos por pasión sin la mayoría de las veces tener con claridad las consecuencias de su ímpetu.

Con los años y trajinando por todo el país como es costumbre entre la oficialidad, Iván, después de hacer cursos en Panamá y de Estado Mayor, se destaca como comandante de un batallón antiguerrillero. Era un batallón de cazadores. Recuerdo la historia que me contó de su larga persecución en el oriente del país del conocido comandante guerrillero Fausto. “Estuvimos a punto de capturarlo cuando recibimos una orden de Miraflores de detener la operación”. La política se había impuesto al criterio militar. Ironías de la vida, resulta que el comandante Fausto era Alí Rodríguez Araque, experto en explosivos, quien llegó a ser canciller y en algún momento me correspondió trabajar con él.

Iván terminó su carrera militar en la Corte Militar de Maracaibo, su fama de hombre honrado y militar justo lo lleva a esa responsabilidad. Esa misma reputación lo convoca, ya retirado, a un cargo presidencial con un grupo de ilustres venezolanos a la denominada Comisión Anticorrupción que creó el presidente Rafael  Caldera y que  presidía Adelso González Urdaneta, político (MEP) y escritor de izquierda de una solidez intelectual y moral a toda prueba.

Después de esa frustrante experiencia, como nos decía, pues en estos países nuestros que la corrupción sea sentenciada es tarea titánica, Iván dedicó sus últimos años a sus tesoros más preciados, a su esposa, sus hijos y nietos. Soy testigo de su condición humana, tengo la suerte de haberme casado con su hija mayor, María Eugenia. Observé su cotidianidad y se entrega a la virtud y honestidad como contribución a la vida.

Se nos fue un día como hoy. Aquí en Caracas, Barcelona (España), Miami y Lakeland, Estados Unidos, sonarán las campanas como tributo de sus hijos y nietos quienes esparcidos por el mundo recordarán no solo un año de su partida sino también agradecerán a quien les dio valores y afecto para hacerlos buenos ciudadanos de este planeta. El coronel, al igual que su padre y su abuelo francés, dejaron sus cenizas en esta tierra de gracia y con estas líneas solo queremos dejar una pincelada para recordar a otro de tantos venezolanos buenos y honestos que han dado lo mejor de sí en estas tierras.

Artículo disponible en El Nacional.