Iquique y la integración latinoamericana


Oscar Hernández Bernalette

El incidente xenofóbico que sucedió en la ciudad de Chile que refiere el título de este artículo es uno de los tantos que ocurren permanentemente a lo largo y ancho de nuestra región y en el mundo contra personas vulnerables, migrantes y refugiados que se movilizan de un país a otro buscando oportunidades y mejor calidad de vida. Es un fenómeno transversal que tiene múltiples orígenes y reacciones de distinta naturaleza. No escribiremos en esta oportunidad sobre las razones objetivas que impulsan a las personas a emigrar, la literatura es amplia y nos hemos referido a ella en distintas oportunidades, pero sí quiero insistir en las reacciones xenófobas ante determinadas situaciones y la histeria que ha generado mucho sufrimiento humano, algunas siendo de dimensiones insólitas como las que forjan persecución, muerte y hasta exterminio.

Varias fuentes nos confirman que la historia de la humanidad tiene un bagaje muy amplio. “Antropólogos han advertido situaciones de xenofobia en los pueblos arcaicos, lo que demuestra que es un fenómeno que ha estado en las conductas humanas”.

Pensemos en esta pequeña población apacible de Chile, a la orilla del mar, de gente noble y buena como la mayoría de los chilenos, y en general las personas de este planeta. ¿Por qué se prestaron a quemarles sus pertenencias durante una protesta antiinmigrantes, que además era rechazada por organizaciones y defensores de derechos humanos?

La respuesta es simple, xenofobia pura, porque precisamente esta es la reacción, si bien no natural, sí es construida muchas veces por agentes interesados en crear miedo ante la presencia del extranjero. La xenofobia es precisamente el rechazo de las identidades culturales que son diferentes a la propia. Siempre habrá personas que son de débil estructura mental y personal, que cuando ven a un extranjero lo ven como una amenaza y no como una oportunidad.

Pero tal como lo hemos expresado en otras entregas, estas discriminaciones se originan en distintos prejuicios históricos, religiosos, culturales y nacionales, que llevan al xenófobo a justificar la segregación entre distintos grupos étnicos con el fin de no perder la identidad. La mayoría de las veces y especialmente en estos tiempos, se considera al emigrante como una competencia por los recursos disponibles en una nación. La superación de esta percepción está ligada a los esfuerzos que podamos hacer desde distintos sectores para alertar sobre las consecuencias de estas conductas y trabajar para una educación integral que contribuya, al igual que con otros tipos de discriminaciones, a despuntar estas prácticas tan nocivas hacia otros seres humanos.

Alentar la xenofobia como mecanismo de defensa ante el extranjero es sin duda una mala práctica que poco contribuye con los países receptores y la ciudadanía que comparte con personas de otros orígenes. En la medida en que tengamos esa visión global de entender que el emigrante aporta, no destruye; y que existan políticas que ayuden a su integración a la sociedad, podrá ser un agente positivo y no negativo.

Por otra parte, esta situación específica que hemos visto en esta apacible ciudad chilena, costera, con fría playa de cavancha y su torre con un reloj de avanzada construcción arquitectónica para su época, que recuerda la prosperidad de la era salitrera de este destino vacacional de los chilenos, nos ha hecho reflexionar sobre los cimientos de la integración latinoamericana de estos tiempos.

Debo reiterar lo que mis lectores han percibido en el tiempo y es mi vocación integracionista y mi convicción de que Latinoamérica es una región en el mundo que tiene las condiciones fundamentales para garantizar un verdadero proceso de integración que garantice como objetivo final la prosperidad de sus pueblos en armonía y en un ambiente permanente de paz. Quiero destacar que, a lo largo de los años, he variado mi perspectiva en cuanto a la fórmula más apropiada para lograr este objetivo. En mis años de academia veía la integración política como la herramienta para lograr la integración de nuestros pueblos, muy en sintonía con la discursiva que por años ha hipnotizado a la región desde las mismas épocas de la propia independencia. La integración se logra con voluntad política, a la larga es la visión de arriba hacia abajo, es la integración impuesta desde los escenarios políticos. Igualmente, he pensado y reconocido el propio mérito que ello tiene, que la integración la alcanzaríamos en nuestra región por la vía de la economía, el comercio y de la mano de los empresarios.

Por el contrario, en estos últimos años y toda vez observando el escenario migratorio de nuestra región, concluyo y considerándome una voz solitaria, que la libre movilidad de personas en nuestra región, con lo que ello implica, esto es libertad de movilidad, asentamiento, seguridad social entre otros derechos, será el verdadero impulso para que tanto las variables políticas y económicas impulsen la consolidación de un verdadero y perdurable proceso integrador. Dentro de esta visión que poco se ha elaborado, me entusiasma compartir un texto escrito por Sebastián Michel, político progresista boliviano y actualmente embajador en Caracas, que reflexionaba luego de la situación que se generó con los emigrantes venezolanos en Iquique: “La emigración es un derecho y todo proceso regional  que no contemple la libre circulación y la libre migración no sirve para nada… ni el comercio ni la infraestructura sirve si no hay migración entre los países”. Esa es la base de una idea robusta que deberíamos insistir. Si no practicamos la solidaridad, no formalizamos el derecho a que cualquier ciudadano latinoamericano se radique en cualquiera de nuestros países con igualdad de derechos, la verdadera integración seguirá en la retórica de la política y de los  sueños .La libre movilidad de personas obligará en el tiempo y en el espacio a convertir la región en una sociedad de ciudadanos comunitarios con derechos y obligaciones comunes, que con instrumentos como el pasaporte latinoamericano podrán superar la visión encasillada en fronteras artificiales que en vez de unirnos nos han dispersado a lo largo y ancho del continente.