En un acto celebrado en el CLAD, con participación de la jefa de opinión de El Nacional, Patricia Molina, se ha presentado un libro del que soy autor y que recoge buena parte de los artículos que he publicado en este medio durante los dos últimos años (El burócrata disruptivo: para comprender la administración pública). Los lectores pueden encontrar las definiciones más relevantes de la innovación, la situación y dificultades existentes en los países miembros del CLAD, la forma de enfrentarse a ellas y los elementos de prospectiva suficientes para hacer frente a los retos que se acumulan para las administraciones públicas en esta época pandémica y disruptiva.
La pandemia ha generado ingentes dificultades para las administraciones públicas, pero ha sido también la base de importantes cambios positivos en su actuar. No solo el teletrabajo o las más cuantiosas inversiones en tecnología, sino actuaciones y demandas, que alcanzan por una parte a los responsables y empleados de las administraciones y los gobiernos y por otra, a los propios ciudadanos.
Los servidores públicos y los responsables políticos han comenzado ya a andar un camino, sin retorno, de prestación de servicios de otra forma, en el que la presencialidad ya no es el elemento sine qua non.
Los ciudadanos han descubierto por su parte, que es posible obtener el servicio demandado sin esperar horas y que ¡oh milagro! en determinados trámites se ha podido avanzar: ahora son más rápidos y transparentes. Pero esta situación no es en todos los países y todos los trámites: unos van más avanzados que otros.
Para lograr que los ciudadanos aprovechen con mayor profundidad estas circunstancias conviene que las inversiones continúen, incluso que se incrementen, teniendo en cuenta que la innovación no se paraliza, sino que su velocidad aumenta. Por eso hablamos de disrupción: de la adopción de caminos nuevos, incluso de aquellos que en ocasiones han estado vedados por las administraciones en virtud de la tradición y también de la experiencia.
La Real Academia de la Lengua (RAE) señala para el término disrupción, únicamente la rotura o interrupción brusca, pero en el ámbito empresarial está el concepto firmemente unido a la innovación. Como han señalado los expertos (Ramió, Aguilar y Oszlak) la disrupción conviene a la Administración. Incluso, además de inevitable es imprescindible para hacer frente al progreso acelerado de nuestras sociedades. Desde el lento ritmo del cambio tecnológico durante la mayor parte de la historia de la humanidad, hemos llegado a un mundo de incesante agitación tecnológica. (Sachs, 2021)
La disrupción no está reñida con la burocracia, que no es ineficaz si el contenido de las reglas es el adecuado, derivado de las leyes aprobadas en el Parlamento. Los trámites deben ser los imprescindibles y necesarios, que no se eternicen o jueguen como un bucle que obliga a acudir al especialista, conocedor de los corredores y despachos de los funcionarios, tan bien descritos por Galdós.
Si las reglas son las necesarias, el funcionamiento burocrático puede ser el adecuado. Si las reglas son opacas y confusas, el resultado puede ser entrar en el proceloso mar de los Sargazos que incluye la corrupción. Aquí es donde interviene la disrupción, en la que hay que formar a los funcionarios: pensar por las razones por las que tales servicios no son eficaces y pedirles propuestas para hacerlos funcionar mejor y más rápidamente.
La inmensa mayoría de los datos que las administraciones públicas piden a los ciudadanos son datos de las propias administraciones, aunque con frecuencia residen en organizaciones políticas y administrativas diferentes. Cuando a las administraciones le interesan, por ejemplo, en el ámbito tributario, es posible obtener estos datos.
Si puedo en un caso, posiblemente podré en otros muchos. La tecnología permite la interoperabilidad y la conexión inmediata. Es, pues, una cuestión de voluntad política, ya solucionado en otras administraciones y países.
A pesar de las dificultades las administraciones desarrolladas han logrado colocar millones de vacunas a los ciudadanos poniendo en vigor ingentes bases de datos y logrando que, con dificultades y algunos episodios de corrupción, se inyecten estas vacunas estableciendo criterios de edad, enfermedades, riesgo, profesión, etc. Antes no se había hecho y desde una apreciación tradicional de la función pública ello hubiera sido imposible. Sin embargo, vista la necesidad inmediata y urgente, en general los países han combatido eficazmente la pandemia.
El buen funcionamiento de las administraciones públicas que tradicionalmente tenía que ver con el cumplimiento de las reglas, establecidas en una miríada de leyes y reglamentos, pasa a tener como directriz esencial la necesidad ciudadana.
Algunos países han sabido llevarlos a efecto, otros no. Aunque influyen de manera determinante otros factores, como la disponibilidad de vacunas o la fortaleza del sistema de salud pública y sanitario, la capacidad logística ha debido instrumentarse mediante decisiones que han puesto por delante la salud pública frente a otros impedimentos incluso legales, que han obligado a cambiar las reglas de funcionamiento, aunque haya sido de forma temporal, durante la pandemia.
Necesitamos una administración y una burocracia disruptiva, que reflexione sobre las situaciones anteriores, actuales y previsiblemente futuras. Este es también el planteamiento de Naciones Unidas cuando nos propone los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que son propósitos de transformación de la realidad, para mejorarla y hacer un mundo más justo y feliz.
También en este ámbito debemos tener en cuenta el cambio climático que produce alteraciones de gran calado en la vida ciudadana por los incendios en California o las inundaciones en Centro Europa. Si analizamos la realidad presente y nos abrimos a la reflexión prospectiva y al pensamiento estratégico, estaremos sin duda en mejor situación.
Enfrentar a los problemas del provenir no debe hacerse aplicando normas dictadas para solucionar problemas distintos y distantes, que nada tienen que ver con la realidad presente y con las otras situaciones que puedan llegar, como la pandemia nos ha demostrado con harto dolor.
Artículo disponible en El Nacional.